jueves, 14 de agosto de 2014

Inés

Orlando Araujo

     Viene del nombre de una hermana mía que murió temprano, tenía dos años, yo tendría cinco y la vi la muerte por primera vez amaneciendo un día de llantos de mi madre a quien tanto visitan los fantasmas.
     Tiene nariz de lorito no clasificado, ojos de turquesa y esmeralda como piedritas con musgo bajo el agua de los puentes que cruzan los ferrocarriles bajo los yagrumos.
     Fuerte y débil, equilibrista de la distancia entre debilidad y fortaleza, avanza el vuelo de sus colibríes por flores y por aires. No hay amargura que la toque, ni protestas de amor que no la tempesten.
     Y cómo es de miel la cascada de sus brazos cuando sus manos de marfil en delta desembocan en la cabellera de sus hijos o apaciguan la frente de su padre.

Araujo, O. (1988). Cartas a Sebastián para que no me olvide. Caracas:
Alianza Gráfica.

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