martes, 27 de mayo de 2014

Paráclito

     Algunas palabras tienen tanta fuerza, tanta vida, tanto espíritu, que después de miles de años seguimos recurriendo a ellas para expresarnos porque no hemos podido, ni en las nuevas lenguas que han nacido después, mejores expresiones para representar lo mismo.
    Hace dos días, la hoja Domingo traía una palabra curiosa. Era una palabra de esas que parece griega —y terminó siéndolo—, que uno confunde con otras, que le crea a uno una imagen inverosímil en la mente: yo, a primera vista, pensé que decía: “Paralítico”. Y explicaba el Padre Wyssenbach, autor del comentario, que esta palabra venía en el capítulo 14 del Evangelio de san Juan, en el episodio en que Jesús se despide de sus discípulos. Les dice: “Yo le pediré al Padre que les envíe otro consolador que esté siempre con ustedes”. Después de recibir la fe, el creyente recibe al Espíritu Santo, que lo conforta, que lo anima, que lo consuela.
     La dificultad para definirla proviene, quizá, como pasa casi siempre en griego, del hecho de que es una sola palabra que nombra decenas de conceptos, naturalmente relacionados. Dice Wyssenbach que también se traduce como ‘abogado’, ‘acompañador’, ‘amigo’, ‘amparo’, ‘asistente’, ‘auxiliador’, ‘ayudante’, ‘colaborador’, ‘defensor’, ‘iluminador’, ‘intercesor’, ‘procurador’, ‘sustentador’, ‘testigo’, ‘valedor’; e incluso se utiliza para significa ‘palanca’. Para no excluir ninguna acepción, algunos traductores no la traducen.
     Es lo que pasa con la igualmente griega paideia, que tiene tantos significados, siempre relacionados con la educación, que es mejor decir: “Paideia”, en lugar de intentar una definición en otras lenguas, que siempre va a quedar escasa. ‘Educación’, ‘cultura’, ‘civilización’, ‘modales’, ‘aprendizaje’, ‘ciencia’, ‘conocimiento del arte’, ‘buena conducta’, ‘ciudadanía’, ‘cosmopolitismo’, ‘tradición’ e incluso ‘literatura’, todas ellas son posibles traducciones, aunque cada una de ellas se refiere sólo a una arista de su concepción del ciudadano ideal. Humanitas, el término que más tarde usaron los latinos para caracterizar lo verdaderamente humano en el hombre, se le asemeja, y, sin embargo, lo mejor es seguir usando la misma palabra que usaba Aristótoles... cuestiones del espíritu.

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