Fue ayer. No había nadie más en el parque. Por esa razón al principio creí que era un sueño, pero ya sé que no lo fue porque, a pesar de no estar cerca y de mostrar yo el aspecto de un mendigo, ella caminó hacia mí en línea recta y al llegar, me sonrió. Y me habló:
—¿Sabe usted por dónde es la salida?
—Sí, señorita. Déjeme conducirla.
Y siguió sonriendo. Y me miraba a veces y sonreía. Y yo la miraba sin comprender cómo puede ser la vida tan bella tan sólo por reflejarse en sus ojos.
Llegamos al portal del parque y se despidió. Y caminó hacia la izquierda. Y no dejó nunca de sonreírme. Unos pasos más allá, volteó para mirarme, y sonrió. Y yo me enamoré.